«Tenemos una gran oportunidad para dejar claro al gran público en qué consiste el alpinismo auténtico», señalaba el himalayista italiano Simone Moro, de 43 años, hace apenas una semana, soportando 25 grados bajo cero al pie del Gasherbrum II (8.035 metros, Karakorum, Pakistán). De momento, y para que el mensaje cale hondo entre los profanos, Moro y sus dos acompañantes, el kazajo Denis Urubko y el estadounidense Corey Richards, han hecho historia: nunca antes se había podido conquistar una montaña de ocho mil metros en pleno invierno en el Karakorum, donde las temperaturas son más extremas que en el Nepal. Los 14 ochomiles del planeta se reparten entre Nepal (9) y Pakistán (5), pero K2, Broad Peak, Nanga Parbat, Gasherbrum I y II habían repelido todos los intentos de cima invernales. La causa: «El viento que te destroza en combinación con el frío existente, que hace que padezcas sensaciones térmicas próximas a los 60 grados bajo cero«, expone Moro, un alpinista que escogió el camino más difícil para no traicionarse ni engañar al público.

Su filosofía es tan honesta como sencilla: «No quiero vender como una gesta lo que no lo es». La cordillera del Karakorum, situada un poco más al norte que Nepal, sufre temperaturas sensiblemente inferiores y vientos mucho más violentos, lo que explica que todos los intentos se hubiesen estrellado hasta la fecha. El propio Moro pasó dos inviernos seguidos en el Broad Peak, dos meses cada vez, sin apenas opciones de cumbre, y en su mejor intento renunció a 7.800 metros: «Tenía la cima a mano, pero se me hubiera hecho de noche en el descenso y habría muerto», resumió entonces. Moro podía haberse hecho rico y más famoso aún en Italia si se hubiera dedicado a coleccionar ochomiles en primavera o verano. Pero no le interesaba ni lo uno ni lo otro. En cambio, deseaba con todas sus fuerzas hacer historia, ir donde nadie había ido, experimentar lo que a estas alturas parecía absurdo, por imposible.

Anoche, un día y medio después de hollar la cima del Gasherbrum II, el trío de escaladores aún no había alcanzado el campo base. Al frío casi inhumano (dos días antes de partir hacia la cima soportaron 46 grados bajo cero a 6.500 metros) hay que añadir el estilo escogido para escalar: ni un metro de cuerda fija, ni un solo porteador de altura, máxima ligereza y velocidad para escapar de unas condiciones de una dureza extrema. «Son unas condiciones que te devoran, te dejan sin fuerzas, te adormecen y te matan. Es preciso volar en la montaña, no dejarse atrapar», cuenta Moro.

En verano, en cambio, la montaña está cosida por cuerdas fijas, plagada de tiendas de campaña y asaltada por porteadores y alpinistas. Fieles a su estrategia, los tres montañeros decidieron dejar ayer la tienda a 6.900 metros y salir a las tres de la madrugada al amparo de unas condiciones de escaso viento. En apenas ocho horas y media se plantaron en la cima, justo a tiempo de comprobar cómo las condiciones variaban y el viento traía nubes, ventisca y problemas. Durante su ascensión, soportaron temperaturas de 40 grados bajo cero y sensaciones térmicas propiciadas por el viento aún más elevadas. A través de la radio, Simone asegura que ninguno ha sufrido congelaciones. Parece un milagro. Ahora, los tres buscan abrirse camino en la zona intermedia de la montaña, trufada de grietas que deben esquivar ante la escasa visibilidad.

La relación del alpinismo con las aventuras invernales en el Himalaya fue exclusivamente un asunto polaco: entre 1980 y 1988 se ascendieron todos los ochomiles de Nepal salvo el Shisha Pangma y el Makalu. Polacos fueron todos sus conquistadores, con el gran Krysztof Wielicki a la cabeza, quien se adjudicó Everest, Lothse y Kangchenjunga. Solo los hombres de acero del este, solo los polacos parecían lo suficientemente locos como para someterse a tamaña tortura, así que cuando estos se retiraron el himalayismo invernal cayó en el olvido al tiempo que explotaba la actividad primaveral o estival que transita las rutas normales con medios artificiales. Inspirado e impresionado por los polacos, Moro decidió orientar su carrera hacia las invernales y en compañía de un polaco conquistó el Shisha Pangma en 2005. Cuatro años después se adjudicó junto a Denis Urubko el Makalu, también en invierno, y esto le convenció para no desistir en su empresa más querida: ser el primero en pisar un ochomil del Karakorum cuando nadie quiere estar ahí en esas fechas.

Fuente y fotos: El Pais

Primera ascension a un ocho mil en el Karakorum en pleno invierno